El próximo miércoles, 27 de marzo, se celebra el Día Mundial del Teatro, creado por el Instituto Nacional del Teatro (ITI) en 1961, y el autor del mensaje de este año es el escritor y dramaturgo noruego Jon Fosse (traducción al español: Osvaldo R. Salazar S.). En el marco de las actividades programadas para ese día, se celebrará la XXIV Gala Donostia Antzerki Saria en el Teatro Victoria Eugenia.

20.03.2024

Al comienzo de la gala se hará entrega del Premio Donostia de Teatro a Tanttaka Teatroa por la obra Sexberdinak junto a un cuadro obra de Aitor Ruiz de Egino. Posteriormente, Aitziber Garmendia y Telmo Irureta representarán la obra ganadora.

El mensaje de este año es el siguiente:

Mensaje de Jon Fosse

El Arte es paz.

Cada persona es única y, al mismo tiempo, como todas las demás. La apariencia se puede ver, es cierto, pero también hay algo dentro de cada persona que le pertenece, que la hace única. Podemos llamarlo alma o espíritu, o bien, podríamos no ponerle palabras, simplemente dejar que esté ahí.

Al mismo tiempo que somos diferentes, también somos iguales. Las personas de todo el mundo somos fundamentalmente iguales, sin importar qué lengua hablemos, qué color de piel o de cabello tengamos.

Quizás esto sea una especie de paradoja: que somos completamente iguales y diferentes al mismo tiempo. Tal vez una persona es paradójica en su conexión entre el cuerpo y el espíritu, entre lo terrenal y tangible y lo que trasciende los límites materiales y terrenales.

El arte, el buen arte, consigue a su manera y de forma fabulosa reunir lo absolutamente único con lo universal. Nos permite entender la diferencia entre lo extraño y lo universal. Al hacerlo, el arte trasciende las fronteras de los lenguajes y los límites geográficos. Reúne, no solo las cualidades individuales, sino también, las características de un grupo de personas, por ejemplo, las naciones.

El arte no se expresa provocando que todo sea igual, por el contrario, nos muestra nuestras diferencias, aquello que es ajeno o extraño. Todo buen arte contiene precisamente eso: algo extraño, algo que no podemos comprender completamente y que, sin embargo, entendemos de cierto modo. Contiene lo enigmático, algo que nos fascina y, por lo tanto, nos lleva más allá de nuestros límites y así crea la trascendencia que todo arte debe contener y a la cual conducirnos.

No se me ocurre una mejor manera de unir los opuestos. Es exactamente el enfoque inverso al de los conflictos violentos que vemos a menudo en el mundo, que alimentan la tentación destructiva de aniquilar todo lo extraño, todo lo único y diferente, comúnmente utilizando los inventos más inhumanos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición. Hay terrorismo en este mundo. Hay guerra, puesto que la gente tiene un lado animal que lo lleva a ver lo extraño como una amenaza a su propia existencia, en lugar de ver el fascinante enigma que eso representa.

Y entonces lo único, lo diferente que es universalmente comprensible, desaparece. Dejando atrás una semejanza colectiva donde todo lo diferente es una amenaza que debe ser erradicada. Lo que vemos desde fuera, se ve como desigualdad, por ejemplo, las religiones o ideologías políticas, se convierten en algo que debe ser derrotado y destruido.

La Guerra es la batalla contra lo que yace en lo más profundo de cada uno de nosotros: lo único. Y es una batalla contra todo arte, contra la esencia más íntima de todo arte.

He hablado del arte en general, no del arte teatral en particular, esto se debe a que todo buen arte, en el fondo, gira en torno a lo mismo: tomar lo singular y específico para hacerlo universal. Articula en su expresión artística aquello único con lo universal: no eliminando lo singular, sino enfatizándolo; dejando que lo extraño y lo desconocido brille claramente.

Es tan simple como que la guerra y el arte son opuestos, como la guerra y la paz son opuestos. El Arte es paz.